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ESTILO DE VIDA

 

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Los nazarenos querernos vivir el espíritu de la vida de Nazaret inspirándonos en Jesús, María y José, los tres primeros nazarenos que representan el constante punto de referencia histórica, espiritual y apostólica. No partimos pues de consideraciones teóricas o de elucubraciones doctrinales, sino de una experiencia de vida que, por ser la del Hijo de Dios en familia humana, tiene el valor paradigmático para toda experiencia de vida familiar, eclesial, comunitaria y evangelizadora. En las cambiantes situaciones de las culturas que se van sucediendo en la historia, el elemento perenne que permanece constantemente presente con invariada validez de factor estructurante de toda auténtica vida de discípulos del Señor Jesús, es la nazarenidad.

Ella representa el modo de ser-obrar-amar-vivir de Jesús, el nazareno traducido en vivencia de persona humana, privilegiada y única por ser Inmaculada, en María, la nazarena; y compartido en plenitud por José, de la estirpe de David, de nuestra raza, la humanidad pecadora y redimida

 

Leemos en el Evangelio según san Mateo: «Muerto Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate toma contigo al niño y a su madre, y marcha a tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño». El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entro en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas:

Será llamado Nazareno (Mt 2,19-23. Cfr nota de la Biblia de Jerusalén).

 

Ser discípulos de Jesús significaba «estar con Jesús el Nazareno» (Mt 26,7 l). Jesús era conocido por «Jesús de Nazaret» (Mc 1,24). «Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret» (Lc 2,39). «Bajó con ello y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lc 2,5 l). «Vino a Nazará, donde se había criado” (Lc 4,1 6). «Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45).

 

Jesús es el nazareno:

El «ser nazareno» de Jesús, te hace sentir el sabor histórico de la vida del Verbo hecho carne, hecho hombre: casi sientes el sabor del aire de Galilea, con el perfume de sus viñas y sus olivos; te lo presenta caminando bajo el sol ardiente, por las aldeas de Palestina, en la orilla del lago de Tiberíades. Ese Jesús que ahora llama a los discípulos y proclama la carta magna de las bienaventuranzas, que multiplica los panes, da la vista a los ciegos, resucita a los muertos y perdona los pecados, es el mismo que estuvo viviendo tantos años en su casita de Nazaret, en el taller de José, el carpintero. Sientes en la nazarenidad de Jesús la vida que late humilde y vibrante, fuerte y apasionada, humana y divina, en este Hijo que el  ha enviado al mundo por amor a nosotros, los hombres de todos los tiempos.

 

La nazarenidad comprende las tres etapas de la vida de Jesús:

· su vida terrena: Jesús es ‘el de Nazaret’ (Mc 1,24)

· su muerte: « Jesús Nazareno, el Rey de los Judíos» (Jn 19,19);

· su resurrección: «A Jesús Nazareno Dios le resucitó» (He 2,22-24; cfr. He 3,6: el Resucitado es el Nazareno).

La «nazarenidad».tiene como contenido la perenne e infinita vida del Verbo su Amor, que en la encarnación redentora unifica todas las dimensiones de la vida humana, que son fundamentalmente tres:

- la creación, con su ‘secularidad’;

- la redención, con su ‘capitalidad’;

- la escatología, con su ‘transfiguración’.,

 

«Jesucristo el es mismo ayer, hoy y para siempre» (Hb 13.8).

 

En la nazarenidad encontramos la unión armónica de secularidad-capitalidad-transfiguración, los factores estructurantes de la vida del mundo en ese proceso histórico de recapitulación, por la que Cristo entrega todo el universo al Padre. Los nazarenos asumimos la nazarenidad como columna vertebral de nuestra espiritualidad en el seguimiento de Cristo Jesús el Nazareno. En El nos inspiramos para vivir el proyecto unitario de la espiritualidad cristiana que quiere, asumir los desafíos de la vida de la humanidad que se asoma temerosa y esperanzada al tercer milenio de la era cristiana, incorporando a nuestra vida 1a espiritualidad de la Nueva Evangelización: misión única de la Iglesia, sacramento universal de salvación para el mundo de hoy y de siempre.

 

En este contexto, pues, nos proponemos detenernos en el

ESTILO DE VIDA DE LA FRATERNIDAD CONTEMPLATIVA  MARIA DE NAZARET analizando:

 

I.- en la línea de la secularidad de la creación:

1. la interioridad natural

2. la servicialidad familiar

 

II.- en la línea de la capitalidad de la redención:

3. la caridad contagiosa

4. la laboriosidad incansable

 

III.- en la línea de la transfiguración de la escatología:

5. la alegría constante y serena

6. el espíritu de adoración.

 

EL ESTILO DE VIDA EN LA FRATERNIDAD CONTEMPLATIVA MARIA DE NAZARET

 

Es evidente que el estilo de convivencia está directamente relacionado con la identidad carismática de la Fraternidad Contemplativa y que de ella depende como el efecto de su causa. Trataremos de delinear algunas características que evidencien aspectos que queremos potenciar en los distintos estados de vida, en la individualidad personal de cada nazareno/a y de toda la Fraternidad, como Asociación y Movimiento apostólico de espiritualidad cristiana, en el contexto de la contemplación.

 

 

1. INTERIORIDAD NATURAL

 

Cada nazareno/a tiene su universo interior, en el que se encuentra a solas con Dios desde su identidad personal que se caracteriza por esa originalidad e irrepetibilidad que le viene del acto creador de Dios. En lo íntimo de mi persona, Dios establece su morada y convive conmigo, me abre su propio misterio haciéndome partícipe de su comunión trinitaria. Me trata como amigo, como hijo y pone en mí su propia complacencia en la medida en que ve en mi rostro la imagen de su Hijo Jesús. El está siempre a mi puerta. Llama. Quiere entrar. Cuando le abro, entra a mi casa y cena conmigo En la fracción del pan, en la comunión pascual, me hace gustar las profundidades de Dios.

 

1. 1. La interioridad es la vitalidad integral de toda mi persona en cuanto me dejo poseer dócilmente por la presencia verdadera, real y personal de Jesús resucitado que ahora, en 

este instante, vive, obra y actúa en mí, a través de todas mis acciones, los impulsos de vida, los latidos de mi corazón, en la medida en que lo que estoy haciendo, pensando y viviendo corresponde a lo que Dios quiere de mí.

Es la experiencia de lo que  el apóstol  Pablo nos ha revelado a través de su propia experiencia: «ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí». Esta interioridad me debe llevar poco a poco a poder decir porque lo experimento, ya no soy yo quien actúa, es Cristo quien actúa en mí.

El enemigo principal de la interioridad es la superficialidad. El Misterio viene de  Dios. Quien permanece en la superficie de la vida, no podrá buscar en las abismales profundidades del Dios-Amor. La Palabra de Dios, vivida intensamente y profundizada en la Lectio Divina, cada vez más familiarmente. es camino seguro e infalible para crecer en interioridad.

 

1.2. natural: significa que es la expresión simple, lógica y espontánea de una real vivencia que se traduce en experiencia de vida Esto es posible cuando la contemplación nazarena llega poco a poco a consustanciarse con mi propio ser. Espontáneamente entonces, mi actual experiencia de la relación dinámica de comunión trinitaria va empapando mi mirada, el tono de mi voz, mi modo de moverme, de gestir. Don Bosco decía a sus salesianos que «la modestia en el hablar mirar y andar en casa y fuera de ella, deben brillar de tal modo en los Socios, que en esto se distingan particularmente de los demás» (Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales, 15 l). No debe pasar desapercibido que este  artículo lo incluyó Don Bosco en el capítulo XII, sobre las prácticas de piedad, es decir: para él, la manera de ser externa, en la vida, debía ser el reflejo de la unión con Dios potenciada en los momentos de oración. Y bien sabemos cómo y cuánto Don Bosco rehuía de todo amaneramiento y posturas artificiales. Su modo de ser era la exteriorización de su constante «estar en Dios con espíritu de unión» como sostuvo Pio XI, que conoció personalmente a Don Bosco cuando siendo joven sacerdote estuvo una semana en el Oratorio conviviendo con él. Es sabido que en Don Bosco lo natural se había vuelto sobrenatural y que lo sobrenatural se había hecho natural: todo esto, fruto de su constante unión con  Dios. Por la contemplación salesiana-donboscana, los nazarenos/as aspiramos a hacer de lo cotidiano de nuestra vida experiencia natural de la vida señorial, del Resucitado, cuya meta es: vivir como María en Nazaret, la unión con Dios en y a través de lo cotidiano de la vida.

 

2. SERVICIALIDAD FAMILIAR

 

La contemplación nazarena crea alrededor de los nazarenos calor de casa, sensación de familia como la que se vivía en Valdocco con Don Bosco. Cada nazareno/a da el rostro a la Fraternidad y de la Fraternidad. Este sabor a familia lo crea el mismo Jesús, el Nazareno, reflejándose en la vida de todos nosotros. La presencia viva de María, la Nazarena, le da a este clima familiar, la ternura de la Madre, que todo lo prevé y dispone con delicadeza de mujer. Hay alguna actitudes que la encarnan con una peculiaridad que debe distinguir a todo/a nazareno/a en todos los estados de vida:

 

2.1. La servicialidad me pone en sintonía con la Virgen de la Visitación. María, porque llena de la, gracia del Espíritu, se pone enseguida al servicio de quien la necesita. De apuro va a 

auxiliar a su prima anciana, considerada estéril, qua ya está en su sexto mes. Volvemos a encontramos con una actividad motivada por un encuentro especial de comunión con Dios (en la Anunciación, María llena de gracia, por el Espíritu llega a ser la Madre de Jesús), que, a su vez, se hace servicio que crea comunión de familia en fraternidad.

Esta servicialidad se torna tan concreta y cotidianamente simple, que me doy cuenta de lo que necesita mi hermano, mi hermana y trato de satisfacer esa necesidad, aun antes de que se me solicite ese servicio. Por supuesto que esta actitud no brota espontáneamente de la naturaleza, ni se improvisa, ni se agota en un gesto aislado.

Jesús, el Maestro y Señor que lava los pies a los discípulos es el icono de la servicialidad cotidiana, que la contemplación nazarena prolonga en el tiempo y en el espacio por medio de los nazarenos/as. El criterio para poder afirmar que tengo el espíritu de la servicialidad nazarena es que considero, si no espontánea y sensiblemente, por lo menos por fe, un privilegio poder servir a los demás, viendo en cada uno de ellos al Señor Jesús: «A Mí me lo hicisteis». Echare entonces  lejos de mí la rebeldía del hombre según la carne, que me hace pensar o refunfuñar dentro de mí: «Yo no soy servidor de nadie». Jesús nos sirvió hasta dar su vida por nosotros por cada uno: «¡Me amó a mi y se entregó por mí!». Y como si fuera poco Jesús nos indica el modo con que se entregó: «He deseado ardientemente»

 

2.2. familiar indica el modo de servir al estilo nazareno. Además de las connotaciones anteriores, se ponen en evidencia los rasgos de quien deja lo mejor para los demás. Y si hay que elegir, que los demás elijan primero. Lo familiar señala también la preventividad al mejor estilo de María, que en Caná se da cuenta que sin vino, la fiesta de bodas hubiera sido un desastre. Prevé y provee. Y el agua se cambia en vino. Construye fraternidad el que humilde y alegremente prepara para sus hermanos/as las condiciones para que los demás puedan sentirse muy  cómodos, como en su propia casa, desde un mate ofrecido, a un salón barrido; desde una liturgia preparada, a unos baños higienizados; desde una sala de reuniones acomodada, a una limpieza de la casa asumida; desde el salón capilla ordenado, una visita hecha, una mesa compartida, una noticia comunicada, una suplencia sugerida, un mandado hecho. La simplicidad, la naturalidad y el gozo con que hago todo esto le da cuerpo y sustancia a la contemplación nazarena traducida en lo cotidiano de la vida..

 

3. CARIDAD CONTAGIOSA

 

No hay nadie que no haya sido creado por amor y para amar. Todos existimos por una concreta relación de Amor que Dios nos tiene a cada uno. Es este Amor que nos mantiene en vida. Cuando Dios Amor, en Jesús se ha hecho carne, cuerpo, hombre, el amor se ha encarnado en caridad pastoral. Porque, en Jesús, Dios se ha hecho Buen Pastor.

 

3. 1. La caridad pastoral. La contemplación nazarena es la caridad pastoral de Jesús que sigue amando apacentando a las ovejas del redil. El da mihi animas de Don Bosco es para nosotros la mejor inculturación de este amor de Cristo. Por eso el nazareno, la nazarena es paciente, es servicial, no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe, es decoroso, no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se 

alegra de la injusticia, se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. Donde hay división se esfuerza por reconstruir la comunión. No se cansa de perdonar, de ser misericordioso y de volver a empezar. Nunca baja la cortina para con nadie. En su corazón, las puertas están siempre abiertas. Siempre vive en la luz de la Verdad para crecer en Caridad.

 

3.2. La caridad se torna contagiosa  porque los nazarenos se abstienen de toda palabra que sepa a murmuración y jamás se dejan llevar por la soberbia que los lleva a interpretar mal las acciones virtuosas de los demás o decir que han sido hechas con mala intención. Siguiendo el sabio consejo de Don Bosco, no refieren a los hermanos/as lo malo que otros hayan dicho de ellos, porque con esto nacen a veces rencillas y rencores tales que duran por meses y años. Si oyereis algo contra algún hermano, haced lo que dice el Espíritu Santo: ¿Oíste alguna cosa contra tu prójimo? Muera en ti. Procuramos ser afables y corteses con todos.

La mansedumbre y la misericordia nos acercan mucho al amor de Cristo, Buen Pastor. En las conversaciones usamos dulzura con todos, especialmente con aquellos que antes nos puedan haber ofendido o que al presente no nos miran tan bien. Nunca hacemos bromas que desagradan al prójimo o le ofenden. Procuramos refrenar la ira, tan fácil de inflamarse en ciertos casos de oposición. Nos guardamos de decir palabras que desagradan, y más aun de usar modos altaneros y ásperos, porque a veces desagradan más estos modales que las palabras injuriosas. Cuando alguien que nos ha ofendido viene a pedir perdón, nos guardamos de recibirlo con semblante adusto o responderle con palabras secas y cargadas de resentimiento. Le mostramos afecto, buenos modales y benevolencia. Sabiendo que el mayor  acto de caridad es tener celo por el bien espiritual del prójimo, hacemos uso de la corrección fraterna y de la revisión de vida con sinceridad y discreción, con prudencia y sabiduría, con humildad ternura y paz.

 

4. LABORIOSIDAD INCANSABLE

 

El texto de san Juan: «Mí Padre obra siempre y yo en él», abre horizontes insospechados a la espiritualidad de la acción. Conocemos la insistencia de Don Bosco sobre la necesidad de un trabajo intenso para la extensión del reino de Dios: «No os recomiendo penitencias ni disciplinas, sino trabajo, trabajo, trabajo». Pero lo que los nazarenos subrayamos es la motivación espiritual-contemplativa que nos lleva a las mismas conclusiones operativas de Don Bosco: nuestra actividad, nuestras obras, en cuanto hacemos la voluntad de Dios y movidos por la caridad pastoral, son la corporeidad, la materia del actuar real, personal y por eso sacramental de Jesús, el Señor. Jesús actúa siempre: los nazarenos obramos incansablemente

Es importante enfatizar en este actuar nazareno algunas características que por un lado ubican el obrar en el contexto de la espiritualidad del trabajo, tan promovida en estos últimos tiempos; y por otro destacan aquellas notas que lo hacen nazareno.

 

4. 1. El obrar humano en el contexto de la espiritualidad del trabajo. La contemplación nazarena se mueve en el ámbito del trabajo humano. Es allí donde hacemos verdadera experiencia de unión con Dios. Por eso asumimos el 

dinamismo antropológico y salvífico del trabajo como base insustituible de auténtica y real experiencia contemplativa. 0 sea, no relegamos nuestra experiencia contemplativa simplemente o exclusivamente a lo íntimo del mundo interior afectivo o intencional. Nuestra contemplación esta hecha de pico y pala, de computadoras e impresoras, de papas y sartenes, de parlamentos y sindicatos, de guinches y grúas, de puertos y mercados, de tiendas y ferias, de almacenes y consultorios, de clases y de escobas, de platos y cacerolas, de aviones y carretillas,de acero y hormigón, de gremios y patronales, de bancos y cooperativas. Es ahídonde vivimos el vibrar de la iniciativa creadora del trabajo que hace continuar la obra creadora, redentora y transfiguradora del Padre por Cristo, en el Espíritu. Es allí donde nos sentimos solidarios con todos los hombres y mujeres del mundo, que luchan y sufren, gozan y aman, viven y mueren. Los nazarenos consideramos la promoción humana consustanciada de trabajo, como las notas de la partitura cuyo conocimiento posibilita la creación de la sinfonía del reino que vibra y resuena en el universo entero.

 

4.2. El obrar nazareno en el contexto de la contemplación cristiana-donboscana

4.2.1. Intensidad del dinamismo. «Descansaremos en el paraíso», decía paradójicamente Don Bosco. ¿Y las vacaciones? para él consistían en «cambiar de ocupación»(!). Una primera característica de la actividad nazarena es la intensidad del dinamismo. Uno se siente como impulsado por el fuego de la Pascua que corre en sus venas: nuestra vida es la misma que tiene  Cristo-Jesús, el Resucitado: su angre ha sido transfigurada por la toma de posecion de su  su cuerpo por parte del Espíritu Santo. No por nada San Pablo llega a decir: «El Señor es el Espíritu».

4.2.2. Gozo y paz. Una segunda característica de la actividad nazarena es el gozo interior que se manifiesta en paz exterior. Es siempre San Pablo que dice: do de gozo en toda tribulación No cabe duda que en el trabajo se encuentra el sufrimiento del cansancio y la constatación de toda clase de límite. Allí también siento resonar la palabra liberadora y cristificante de Dios que me dice: «Cumplo en mis miembros lo que falta a los padecimientos de Cristo».

4.2.3. Mística en acción.  Una tercera característica que debe brillar en el obrar nazareno es la de la mística en acción. Es decir, se debe percibir en mi actuar ese amor gratuito y gratificante de Jesús mismo que sigue amando donándose en mi acción y en mi palabra; en mi gesto y en mi sonrisa; en mi escuchar, en mi sufrir, en mi alegría, en mi silencio, en el don de todo mi ser.

Por eso evito todo lo que sea pasividad ociosa y no me concedo más descanso de lo que necesito. Además soy escrupuloso en el uso de mi tiempo, cuidándome de no perderlo o despilfarrarlo. Mi trabajo, pues, hecho con intensidad y dinamismo, con gozo y paz y con una auténtica mística activa, constituye La plataforma básica de mí solidaridad con los pobres de todo el mundo, comenzando por los que tengo a mi lado y que necesitan de todo mi ser, hecho pan de comunión y participación en sus personas, hambrientas de comprensión y de ayuda concreta en su promoción integral.

 

5.   ALEGRÍA CONSTANTE Y SERENA

 

Los nazarenos vivimos alegres porque  nos sentimos  inmersos en la realidad definitiva de la Pascua de Jesús, el Nazareno. Nos sentimos ya partícipes de ella y aun en los momentos de insensibilidad y oscuridad, no nos dejamos llevar por sentimientos de pesimismo o por depresiones anímicas; al contrario, hacemos resonar en nuestros corazones las palabras del apóstol Pablo que nos exhorta a alegrarnos en el Señor: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” Y gozamos por la presencia de Jesús que hace posible esta alegría: «El Señor está cerca».

 

5. 1. Alegría constante. Porque no depende de las cambiantes situaciones externas, sino de la certeza de fe de la presencia de Jesús-Pascua experimentado por el dinamismo de las virtudes teologales de la fe-esperanza-caridad: el bautismo nos ha transformado de veras, por dentro, en nuestro propio ser. Somos definitivamente hijos en el Hijo Nada ni nadie podrá quitamos la herencia que Cristo nos dejo de ser nuevas criaturas, porque el Padre, rico en misericordia, siempre está dispuesto a reconstruir la alianza de amor, que por debilidad podamos quebrantar. El setenta veces siete que Jesús le pide a Pedro, nos asegura que ningún pecado humano podrá agotar la infinita capacidad de perdón del Padre. Su constante amor es la fuente inagotable de nuestra constante alegría.

 

5.2. Alegría serena. El nazareno, por ser contemplativo, gusta las profundidades de Dios. Quien ha hecho esta experiencia: el haber gustado de Dios, no se resigna a otros gustos que saben a sucedáneos. Y su manera de vivir necesariamente refleja esta experiencia. Por eso el nazareno nunca será un grosero, asumiendo actitudes vulgares. Amante de la broma, nunca recurrirá al doble sentido malicioso. Irradia serenidad con una sonrisa que rica de interioridad, será la transparencia del Cristo resucitado, radiante de felicidad por estar junto al Padre, siempre.

 

6. ESPÍRITU DE ADORACIÓN

 

«Sea que comáis, sea que bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios». Los nazarenos, al transformar toda actividad en oración, aspiramos a hacer de toda nuestra vida una constante adoración del Padre mediante la liturgia de la vida.

 

6. 1. La vida, liturgia de adoración al Padre. Sabiendo que la adoración como actitud de culto a Dios no está atada a relaciones espaciales (no adoro más o mejor por estar a menos metros del Santísimo expuesto), sino una relación de amor que se consustancia con hacer la voluntad de Dios en cada momento, tratamos de crear constantemente en nuestro corazón esa actitud filial, por la que en cada instante podemos dirigirnos a Dios, con nuestras acciones transformadas en gemidos inefables, que nos hacen clamar, “Abbá, Padre». No son nuestros labios, es nuestra persona con todas su dimensiones, y mientras actuamos, con todas nuestras acciones, la que adora al Padre en espíritu y verdad. Estos son los adoradores que quiere el Señor: ya no es el templo de Jerusalén el lugar del culto, sino el nuevo templo de la humanidad de Jesús que se prolonga en la humanidad de cada 

uno de nosotros, hechos templos vivos del Espíritu Santo, que en nosotros y a través de nosotros, hechos nuevas criaturas, sigue clamando: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo».

 

6.2. De la liturgia de las obras la liturgia de las horas. Es por eso que pasamos con espontaneidad, naturalidad y muchas ganas de la liturgia de las obras a la liturgia de las horas, con el deseo de llegar a la plenitud del amor, todos los días, compartiendo con Cristo y los hermanos, la mesa del Señor, en la que por la fracción del Pan, el Señor nos hace uno con El y los hermanos como El es uno con el Padre, para la alabanza y la gloria de su nombre. Actuamos entonces como quienes tienen conciencia de estar realmente delante Dios en adoración, con la frescura y la naturalidad de la vida que caracterizaba a María de Nazaret, en Belén, en Caná, en Nazaret, en la  Cruz, en el cenáculo y en cielo.

 

6.3. De la liturgia de la vida, a la Pascua del Señor. El estar en adoración constante, viviendo como contemplativos en acción, suscita en nosotros el deseo de compartir en plenitud con e1 Señor la relación de comunión que El ofrece  ininterrumpidamente en la Cena del banquete pascual. De tener la posibilidad  de celebrar cotidianamente la Eucaristía, no descuidamos el privilegio de ser amados por el mismo Señor: por medio de su humanidad transfigurada no sólo se nos aparece en la sacramentalidad del pan y del vino, sino que se hace  experimentalmente presente en el amor que el Espíritu comunica a todo su cuerpo en, la comunidad reunida compartiendo 1a única Pascua de liberación. El mismo Señor, atrayéndonos a sí mismo nos  dona, con su Espíritu, su propia vida haciéndonos pregustar las primicias del transfiguración final. El signo de la autenticidad de la celebración de la Pascua es el sentirnos atrapados por la potencia del Espíritu que nos seduce con el fuego de Pentecostés, dándonos las ganas de amar más y mejor, de evangelizar más y mejor, de servir más y mejor, de rezar más y mejor y de crear alrededor de nosotros ese espíritu del «nuevo Pentecostés», que no es otra cosa sino el modo de vivir de Cristo en la suprema novedad de la transfiguración pascual, herencia de todo el pueblo de Dios y de todo el universo. El gemido de la Esposa que dice al Esposo: «Ven, Señor Jesús», se traduce en renovado entusiasmo de entregar toda nuestra vida en la Iglesia, a fin de hacer siempre más evangélicamente eficaz, para los pobres de Yavé y para todos los hombres, la Nueva Evangelización.

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